domingo, 16 de marzo de 2008

LLegando

El viaje al departamento del Chocó comenzó en Bogotá. Llegué a la terminal de autobuses con dos mochilas ligeras, una cámara de video y la idea de pasar unos días en lo que podríamos llamar la zona más olvidada de Colombia. Me monté en un bus nuevo con un conductor paisa que nos recordaba por micrófono los detalles del viaje, nos dijo también que llegaríamos en 24 horas a Quibdó, pero eso solo si teníamos suerte y no pasaba nada raro.
¿Qué podría pasar?
Un derrumbe, un reten.
Pero si de lo que se trata es de contar un lugar maravilloso de Colombia. Pero quién dice que estos lugares no tienen también sus problemas. Y además a nadie se podría engañar, para hablar del departamento del Chocó con algo de sensatez se tendrá que pasar por los detallitos, o si no sería muy aburrido comenzar a hablar de paisajes paradisíacos, de comidas afrodisíacas y de gente muy trabajadora que pierde todo menos la sonrisa.
Me senté en la ventana del último puesto de un bus que iba lleno. En mi mano sostenía el tiquete y en la otra un libro que me habían regalado con cuentitos de un joven chocoano. Estaba hipnotizado con la literatura de ese muchacho que escribía de la vida cotidiana de su departamento y que mezclaba sus rumbas con sucesos de guerrilleros y paramilitares, hablaba de un muerto y luego de una hermosa canción que le cantaban en una playa de Nuqui para enamorarlo. Recalcaba siempre a su madre, y no movía un dedo si sabía que ella desde el cielo no iba a estar de acuerdo con su comportamiento.
El departamento del Choco comenzó en ese bus, porque la región la hace la gente y los negros que allí iban no demoraron en mostrar su entusiasmo.
-Ponga música.
-¿Dónde va parar para el almuerzo? Decían las voces para celebrar.
Los detalles se iban arreglando y el grupo de jóvenes se ubico en los puestos de atrás. Se sentaron en la penúltima fila y abrieron una botella de aguardiente antioqueño para celebrar.
En unas sillas más adelante se encontraba una pareja de viejitos, su conversación era como si estuviera escuchando una suave melodía, dos seres perfectamente armoniosos. Los muchachos cantaban salsa.
El bus cogió camino y allí nos fuimos todos con rumbo a ese departamento donde incluso las carreteras reflejaban su situación.
Pero no importa, porque uno aprende a valorar esa estética, a darse cuenta de los valores de este pueblo, a entender su lenguaje.

Llegamos a un caserío, unos pasajeros se habían dormido, los que seguían rumbeando aprovecharon la parada para comprar más alcohol.
Unos policías muy bien armados se acercaron a las ventanas, rodearon el bus y se dirigieron a nosotros pidiéndonos las cedulas, después un hombre con cachucha roja y camisa abierta hasta la mitad se subió al bus y comenzó a mirar a todos los pasajeros. Su actitud era arrogante y cuando llego a mi me dijo que por favor me bajara un momento para una requisa.
¿De qué se trata? Pregunté mientras me dijeron que era solo rutina.
-Y usted es policía le dije.
-Capitán, respondió.
Lo raro es que no tenia uniforme y por la actitud sí que debía de ser un capitán, lo que pasa que uno sin uniforme. Me dejaron a un lado y entre ellos hablaron algo, luego volvieron a devolverme la documentación y sin más preguntas me invitaron a volver al bus.
Volvimos a la carretera, volvió la música y uno que otro se puso a bailar.



Continuamos el camino y me dedique a mirar por la ventana, estaba impactado por las casitas que adornaban la carretera, las personas en las puertas que daban la impresión de estarse divirtiendo viendo pasar carros. Algunos saludaban.
Los colores a esta altura del viaje ya comenzaban a cambiar, la raza negra se imponía y la humedad que caracteriza a esta región comenzaba a acalorarme.
Faltan dos horas dijo una voz que no pude reconocer.
Ya estábamos llegando y este viaje estaba apenas comenzando.
Después de todo me había quedado dormido, me despertó el aplauso de los viajeros que bajaban del bus.
Llegamos a una plaza donde había mucha gente, las motocicletas pasaban, los taxis me preguntaban que a dónde quería ir.
Acomode mi mochila en la espalda y saque la cámara para comenzar tímidamente a preguntarle a la gente por este lugar. Camine unos pasos y me ubique en una barra donde un señor de inmediato comenzó a contarme de Quibdó.
La cámara se quedo quieta mirando hacia a la calle.

1 comentario:

RADIO NEBLINA dijo...

tremenda ambientacion, man, te recomiendo el libro COLOR LOCAL, y deberias mandar las historias a Semana

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