jueves, 13 de marzo de 2008

Chocoano

Tendríamos que mirarnos detenidamente a los ojos y entablar conversaciones más a menudo.

Funeral


En silencio me acerco, he abandonado la pequeña fiesta y me introduzco con respeto en la celebración de un entierro, el que se murió fue Jesús y allí lo velan cantando.
Suena un disparo, y cuando miro descubro a unos muchachos jugando con una escopeta de mentiras, pero el ruido parecía de verdad.
Las señoras de este lugar se encuentran hablando entre ellas, muchos niños corren de un lado a otro.
Pienso en las alegrías y en el verdadero significado de la vida, siguen habiendo motos y una cuadrilla de la policía se detiene a comer arepas en el puesto de una joven que no supera los 15 años.
El lugar es mágico, una especie de cabaña donde los vecinos de toda la vida cantan canciones para adorar a Dios. La mayoría son mujeres y niños, también hay viejos que parecen felices.
El Choco tiene cosas que contar, al lado hay una inmensa iglesia y por las calles se respira un ambiente natural.
Los niños juegan en el mar, la gente se levanta temprano, el pescado es abundante y la vida sigue su rumbo.

De tragos humanos


Llegando a Tribuga vi a los muchachos jugando con una pelota vieja.
Un camino que comienza a la orilla de la playa y que se va introduciendo en un pueblo
inventado por la necesidad de estar.
La cámara en el hombro y los muchachos corriendo con las caras felices. Los hombres sentados jugaban domino y en las puertas de unas casas habían señoras preparando pescado. No se trata de un lugar grande, más bien de uno muy pequeño que deja ver cicatrices dejadas por hombres armados que algún día estuvieron por este lugar. Me acerco ante las miradas fijas de los hombres, saludo con humildad y recibo un “buenas tardes cordiales”. Los niños seguían a mi lado y un hombre al que podía ver sosteniendo un muro comenzó a cantar.


Hacia un calor sofocante, el pueblo estaba inquieto por mi presencia y las palabras de un comando del ejército me retumbaban por la cabeza. "No te vayas a ir por allá sin avisarnos". No veo nada malo, solo veo un pueblo feliz que vive con muy poco, las señoras se quejan por lo cansones que se han puesto sus hijos. Quédate quieto Wilmer gritaba una de ellas.
Harold no se ha despegado de mi lado y volviendo de paseo a la playa se ha quedado mirándome, me pregunta que de donde vengo. Era un niño callado.

Colombia

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