jueves, 13 de marzo de 2008

De tragos humanos


Llegando a Tribuga vi a los muchachos jugando con una pelota vieja.
Un camino que comienza a la orilla de la playa y que se va introduciendo en un pueblo
inventado por la necesidad de estar.
La cámara en el hombro y los muchachos corriendo con las caras felices. Los hombres sentados jugaban domino y en las puertas de unas casas habían señoras preparando pescado. No se trata de un lugar grande, más bien de uno muy pequeño que deja ver cicatrices dejadas por hombres armados que algún día estuvieron por este lugar. Me acerco ante las miradas fijas de los hombres, saludo con humildad y recibo un “buenas tardes cordiales”. Los niños seguían a mi lado y un hombre al que podía ver sosteniendo un muro comenzó a cantar.


Hacia un calor sofocante, el pueblo estaba inquieto por mi presencia y las palabras de un comando del ejército me retumbaban por la cabeza. "No te vayas a ir por allá sin avisarnos". No veo nada malo, solo veo un pueblo feliz que vive con muy poco, las señoras se quejan por lo cansones que se han puesto sus hijos. Quédate quieto Wilmer gritaba una de ellas.
Harold no se ha despegado de mi lado y volviendo de paseo a la playa se ha quedado mirándome, me pregunta que de donde vengo. Era un niño callado.

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