Conversando, conversando, conversando.
De aquí para abajo comienza un recorrido por territorio chocoano, tendréis que ir descubriendo cada post donde se narran momentos que han sucedido alguna vez en estas tierras de uno de los departamentos más ricos de la geografía colombiana.
Les presento a Nativo, a Amaris, a Pobreza, a Harold, a Roberto, a María, a Lorena, a Jacinto y a don Luis.
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Un poquito de Sabor
jueves, 20 de marzo de 2008
miércoles, 19 de marzo de 2008
Belleza
El momento comenzó en una tarde de mucho calor, una caminata entre Tribuga y Nuqui. La extensa playa no acababa, parecía que el camino no tenía fin.
Al lado me pasaban los locales, hombres muy fuertes en pantaloneta y sin camisa, casi siempre transportando algo sobre sus espaldas.
Mi mente en blanco.
Caminaba ensimismado con los ojos puestos sobre la arena.
Cuando levante la cabeza tuve la impresión de estar viendo a un ángel, un ser menudo que seguía un camino familiar, dando pasos seguros.
Me fui acercando hasta estar muy cerca, le salude tímidamente para no dañar la magia.
Hola, le dije sin detenerme.
Buenas tardes señor, contesto una voz dulce y tranquila.
Los sentidos se disparan y los colores con esa luz se hacen maravillosos.
Había que guardar ese momento, y como fue cuestión de un instante la secuencia se comenzó a desarrollar con la naturalidad que este pedacito del mundo proyecta.
Ella cargaba una maleta azul en su espalda, nunca se detuvo y solo me miraba para reírse. Comenzamos por su nombre, y de preguntas corrientes salían respuestas profundas.
Entonces ella estaba contándolo todo sobre esta tierra, y no hacía falta pensar mucho para saber la bondad de su gente, y si pensaba más podía darme cuenta que los valores de esta niña estaban aprendidos por una educación con amor. No había nada en el mundo que la pudiera ensuciar, por lo menos no en ese momento.
Hablaba de un padre que se marcho, de una madre que la quería mucho.
Pensé en Colombia y en el sentido de la familia, además de lo mucho en común que esa niña podría tener con otra niña que tuviera la misma edad en otra región del país.
El problema era la situación económica, pero ella me quitaba esa idea cuando hablaba de sus sueños, de conocer otro lugar que no quedaba tan lejos.
Nos despedimos con naturalidad.
domingo, 16 de marzo de 2008
LLegando
El viaje al departamento del Chocó comenzó en Bogotá. Llegué a la terminal de autobuses con dos mochilas ligeras, una cámara de video y la idea de pasar unos días en lo que podríamos llamar la zona más olvidada de Colombia. Me monté en un bus nuevo con un conductor paisa que nos recordaba por micrófono los detalles del viaje, nos dijo también que llegaríamos en 24 horas a Quibdó, pero eso solo si teníamos suerte y no pasaba nada raro.
¿Qué podría pasar?
Un derrumbe, un reten.
Pero si de lo que se trata es de contar un lugar maravilloso de Colombia. Pero quién dice que estos lugares no tienen también sus problemas. Y además a nadie se podría engañar, para hablar del departamento del Chocó con algo de sensatez se tendrá que pasar por los detallitos, o si no sería muy aburrido comenzar a hablar de paisajes paradisíacos, de comidas afrodisíacas y de gente muy trabajadora que pierde todo menos la sonrisa.
Me senté en la ventana del último puesto de un bus que iba lleno. En mi mano sostenía el tiquete y en la otra un libro que me habían regalado con cuentitos de un joven chocoano. Estaba hipnotizado con la literatura de ese muchacho que escribía de la vida cotidiana de su departamento y que mezclaba sus rumbas con sucesos de guerrilleros y paramilitares, hablaba de un muerto y luego de una hermosa canción que le cantaban en una playa de Nuqui para enamorarlo. Recalcaba siempre a su madre, y no movía un dedo si sabía que ella desde el cielo no iba a estar de acuerdo con su comportamiento.
El departamento del Choco comenzó en ese bus, porque la región la hace la gente y los negros que allí iban no demoraron en mostrar su entusiasmo.
-Ponga música.
-¿Dónde va parar para el almuerzo? Decían las voces para celebrar.
Los detalles se iban arreglando y el grupo de jóvenes se ubico en los puestos de atrás. Se sentaron en la penúltima fila y abrieron una botella de aguardiente antioqueño para celebrar.
En unas sillas más adelante se encontraba una pareja de viejitos, su conversación era como si estuviera escuchando una suave melodía, dos seres perfectamente armoniosos. Los muchachos cantaban salsa.
El bus cogió camino y allí nos fuimos todos con rumbo a ese departamento donde incluso las carreteras reflejaban su situación.
Pero no importa, porque uno aprende a valorar esa estética, a darse cuenta de los valores de este pueblo, a entender su lenguaje.
Llegamos a un caserío, unos pasajeros se habían dormido, los que seguían rumbeando aprovecharon la parada para comprar más alcohol.
Unos policías muy bien armados se acercaron a las ventanas, rodearon el bus y se dirigieron a nosotros pidiéndonos las cedulas, después un hombre con cachucha roja y camisa abierta hasta la mitad se subió al bus y comenzó a mirar a todos los pasajeros. Su actitud era arrogante y cuando llego a mi me dijo que por favor me bajara un momento para una requisa.
¿De qué se trata? Pregunté mientras me dijeron que era solo rutina.
-Y usted es policía le dije.
-Capitán, respondió.
Lo raro es que no tenia uniforme y por la actitud sí que debía de ser un capitán, lo que pasa que uno sin uniforme. Me dejaron a un lado y entre ellos hablaron algo, luego volvieron a devolverme la documentación y sin más preguntas me invitaron a volver al bus.
Volvimos a la carretera, volvió la música y uno que otro se puso a bailar.
Continuamos el camino y me dedique a mirar por la ventana, estaba impactado por las casitas que adornaban la carretera, las personas en las puertas que daban la impresión de estarse divirtiendo viendo pasar carros. Algunos saludaban.
Los colores a esta altura del viaje ya comenzaban a cambiar, la raza negra se imponía y la humedad que caracteriza a esta región comenzaba a acalorarme.
Faltan dos horas dijo una voz que no pude reconocer.
Ya estábamos llegando y este viaje estaba apenas comenzando.
Después de todo me había quedado dormido, me despertó el aplauso de los viajeros que bajaban del bus.
Llegamos a una plaza donde había mucha gente, las motocicletas pasaban, los taxis me preguntaban que a dónde quería ir.
Acomode mi mochila en la espalda y saque la cámara para comenzar tímidamente a preguntarle a la gente por este lugar. Camine unos pasos y me ubique en una barra donde un señor de inmediato comenzó a contarme de Quibdó.
La cámara se quedo quieta mirando hacia a la calle.
¿Qué podría pasar?
Un derrumbe, un reten.
Pero si de lo que se trata es de contar un lugar maravilloso de Colombia. Pero quién dice que estos lugares no tienen también sus problemas. Y además a nadie se podría engañar, para hablar del departamento del Chocó con algo de sensatez se tendrá que pasar por los detallitos, o si no sería muy aburrido comenzar a hablar de paisajes paradisíacos, de comidas afrodisíacas y de gente muy trabajadora que pierde todo menos la sonrisa.
Me senté en la ventana del último puesto de un bus que iba lleno. En mi mano sostenía el tiquete y en la otra un libro que me habían regalado con cuentitos de un joven chocoano. Estaba hipnotizado con la literatura de ese muchacho que escribía de la vida cotidiana de su departamento y que mezclaba sus rumbas con sucesos de guerrilleros y paramilitares, hablaba de un muerto y luego de una hermosa canción que le cantaban en una playa de Nuqui para enamorarlo. Recalcaba siempre a su madre, y no movía un dedo si sabía que ella desde el cielo no iba a estar de acuerdo con su comportamiento.
El departamento del Choco comenzó en ese bus, porque la región la hace la gente y los negros que allí iban no demoraron en mostrar su entusiasmo.
-Ponga música.
-¿Dónde va parar para el almuerzo? Decían las voces para celebrar.
Los detalles se iban arreglando y el grupo de jóvenes se ubico en los puestos de atrás. Se sentaron en la penúltima fila y abrieron una botella de aguardiente antioqueño para celebrar.
En unas sillas más adelante se encontraba una pareja de viejitos, su conversación era como si estuviera escuchando una suave melodía, dos seres perfectamente armoniosos. Los muchachos cantaban salsa.
El bus cogió camino y allí nos fuimos todos con rumbo a ese departamento donde incluso las carreteras reflejaban su situación.
Pero no importa, porque uno aprende a valorar esa estética, a darse cuenta de los valores de este pueblo, a entender su lenguaje.
Llegamos a un caserío, unos pasajeros se habían dormido, los que seguían rumbeando aprovecharon la parada para comprar más alcohol.
Unos policías muy bien armados se acercaron a las ventanas, rodearon el bus y se dirigieron a nosotros pidiéndonos las cedulas, después un hombre con cachucha roja y camisa abierta hasta la mitad se subió al bus y comenzó a mirar a todos los pasajeros. Su actitud era arrogante y cuando llego a mi me dijo que por favor me bajara un momento para una requisa.
¿De qué se trata? Pregunté mientras me dijeron que era solo rutina.
-Y usted es policía le dije.
-Capitán, respondió.
Lo raro es que no tenia uniforme y por la actitud sí que debía de ser un capitán, lo que pasa que uno sin uniforme. Me dejaron a un lado y entre ellos hablaron algo, luego volvieron a devolverme la documentación y sin más preguntas me invitaron a volver al bus.
Volvimos a la carretera, volvió la música y uno que otro se puso a bailar.
Continuamos el camino y me dedique a mirar por la ventana, estaba impactado por las casitas que adornaban la carretera, las personas en las puertas que daban la impresión de estarse divirtiendo viendo pasar carros. Algunos saludaban.
Los colores a esta altura del viaje ya comenzaban a cambiar, la raza negra se imponía y la humedad que caracteriza a esta región comenzaba a acalorarme.
Faltan dos horas dijo una voz que no pude reconocer.
Ya estábamos llegando y este viaje estaba apenas comenzando.
Después de todo me había quedado dormido, me despertó el aplauso de los viajeros que bajaban del bus.
Llegamos a una plaza donde había mucha gente, las motocicletas pasaban, los taxis me preguntaban que a dónde quería ir.
Acomode mi mochila en la espalda y saque la cámara para comenzar tímidamente a preguntarle a la gente por este lugar. Camine unos pasos y me ubique en una barra donde un señor de inmediato comenzó a contarme de Quibdó.
La cámara se quedo quieta mirando hacia a la calle.
Momento musical El Valle (chocó)
Es una mañana de cualquier día entre semana, los sonidos de la selva me han despertado y todavía tengo la sensación de estar en un lugar mágico. Me he levantado sin camisa y he salido a caminar por una carretera de piedra, me he cruzado con gente que va a trabajar.
Es muy temprano y me dirijo a la orilla del mar, veo a seis hombres pescando. Vuelvo al hotel y me encuentro a Nativo. No le digo nada y le recibo un café.
Nativo se aleja fumando un cigarrillo Pielroja.
Sigo viendo pasar gente a trabajar, muchos de ellos llevan los pies descalzos y me sorprendo al ver la dureza de sus pies, también van niños contentos, y una que otra señora cargando un bebe en la espalda.
Nativo vuelve cantando.
Formas de vivir
Es medio día y hemos caminado por la selva, me le he pegado a Nativo en su jornada laboral y he escuchado atentamente a este hombre que describe a su región con palabras que convencen. Nativo habla de lo que significa la guerra, habla de sus dos hijos y de un tercero que se fue a estudiar a la ciudad.
Los locales pasan y le saludan con respeto, yo sigo siendo el de la cámara que ha llegado al lugar, sigo mi dialogo y de vez en cuando me alejo para observar, no me despego del lente y la cámara parece estar sudando.
Camino lentamente y trato de encontrar palabras.
Ojalá que llueva
La lluvia cae del cielo y el mar se crece, y son estas cosas las que hacen pensar que este lugar es sano. No podía quitar los ojos de las pieles de esas señoras, su fortaleza y su lenguaje para tratar a su gente. Seguramente la más joven se levanto primero. La otra más viejita la siguió tranquila porque ya no tenía obligaciones.
Los niños corretean y no parecen tenerle miedo a la lluvia, salen y entran de los techos para traer cosas.
Los cuadernos de una niña están sobre la mesa, sigue siendo muy temprano y ella canta las tablas de multiplicar, de vez en cuando me mira.
Yo tengo un café negro en la mano.
Es un día religioso, me acerco a la gente y escucho al padre.
Tengo unas gafas negras que me cubren el rostro, el sol me recuerda que estuve bebiendo con otros colombianos.
La fiesta
Las historias salían y una vez más fue Nativo el que se encargo de liderar la tertulia.
En ese lugar había un par de antioqueños que seguramente estaban rondando los 50 años, contaban anécdotas de situaciones pasadas y se enfrascaron en un dilema para llegar a la fecha exacta del día en que se habían conocido, “fue hace 20 años seguro”.
Uno de los presentes pregunto por el secuestro de don Ovidio y la historia salió.
A ese señor ya le habían dicho que lo iban a secuestrar, ya estaba advertido hace mucho tiempo, o sino pregúntele a coronel que vino todo verraco por que se le habían llevado a ese señor. Comentaron que le toco aguantarse dos semanas de andar a pie por la selva, y que al parecer había caminado hasta Antioquia desde el Chocó.
El olor a pescado y los gritos de una mujer de muchos años que se introdujo en la tienda para gritarnos de buen humor lo hermosa que era su tierra. A doña Pobreza la conocen todos y el respeto se hizo sentir cuando a un joven se le ocurrió decir que estaba loca. Continuaron hablando de un sancocho de tiburón y la señora se hizo a un lado y en silencio se quedo escuchando las vivencias.
Momentos del Choco.
Han tirado un volador que explota y parece dar vida al momento
Un paisa que estaba sentado parece estar llorando.
Llora de alegría dijo el negro Patricio.
La familia de Amaris
-Buenas tardes
-Buenas Tardes joven, dijo la voz de la señora sin parar de trabajar.
-¿Qué hacen?
-Cargando plátano
-¿Toda la familia?
-Falta la niña, vive en Cali.
-Ah que bueno, y de dónde traen ese plátano.
-De la finca, tenemos un terreno que queda a 15 minutos por mar.
Nos vamos en la canoa.
-Buenas Tardes joven, dijo la voz de la señora sin parar de trabajar.
-¿Qué hacen?
-Cargando plátano
-¿Toda la familia?
-Falta la niña, vive en Cali.
-Ah que bueno, y de dónde traen ese plátano.
-De la finca, tenemos un terreno que queda a 15 minutos por mar.
Nos vamos en la canoa.
Labores
Resulta extraño cerrar los ojos en un lugar como este, tengo al frente mío una isla en medio del océano pacifico. Unos pájaros vuelan sobre nosotros y vamos en una lancha de motor. El hombre que navega nos dirige por el mar y hace comentarios sobre los pescados que podríamos ver. Un detalle importante lo vivimos al salir del pequeño puerto, justo antes una embarcación militar nos abordo, nos saludaron correctamente y revisaron prudentemente lo que transportábamos. Han preguntado al responsable por el lugar a donde íbamos, también han preguntado si iba algún extranjero entre nosotros.
Al llegar había un letrero que nos daba la bienvenida al parque nacional la Ensenada de Utría. Inmediatamente vimos unos jóvenes descamisados que portaban pantalones camuflados, morrales y metralletas.
-Buenos días muchachos.
-Buenos días.
Me quede callado y comencé a pensar en lo que significa andar armado, no había ni riesgo de que juzgara a estos muchachos, no podía de ninguna manera cuestionar su proceder.
¿Pero qué significa tener un arma en la mano?
Yo creo que quiere decir estar dispuesto a disparar.
Los colores, los olores, las plantas, la comida, el cambuche, los pescados, la arena, el mar. La niña que corre para decirnos que el almuerzo estaba servido.
Los soldados hablaban entre ellos.
Al llegar había un letrero que nos daba la bienvenida al parque nacional la Ensenada de Utría. Inmediatamente vimos unos jóvenes descamisados que portaban pantalones camuflados, morrales y metralletas.
-Buenos días muchachos.
-Buenos días.
Me quede callado y comencé a pensar en lo que significa andar armado, no había ni riesgo de que juzgara a estos muchachos, no podía de ninguna manera cuestionar su proceder.
¿Pero qué significa tener un arma en la mano?
Yo creo que quiere decir estar dispuesto a disparar.
Los colores, los olores, las plantas, la comida, el cambuche, los pescados, la arena, el mar. La niña que corre para decirnos que el almuerzo estaba servido.
Los soldados hablaban entre ellos.
jueves, 13 de marzo de 2008
Funeral
En silencio me acerco, he abandonado la pequeña fiesta y me introduzco con respeto en la celebración de un entierro, el que se murió fue Jesús y allí lo velan cantando.
Suena un disparo, y cuando miro descubro a unos muchachos jugando con una escopeta de mentiras, pero el ruido parecía de verdad.
Las señoras de este lugar se encuentran hablando entre ellas, muchos niños corren de un lado a otro.
Pienso en las alegrías y en el verdadero significado de la vida, siguen habiendo motos y una cuadrilla de la policía se detiene a comer arepas en el puesto de una joven que no supera los 15 años.
El lugar es mágico, una especie de cabaña donde los vecinos de toda la vida cantan canciones para adorar a Dios. La mayoría son mujeres y niños, también hay viejos que parecen felices.
El Choco tiene cosas que contar, al lado hay una inmensa iglesia y por las calles se respira un ambiente natural.
Los niños juegan en el mar, la gente se levanta temprano, el pescado es abundante y la vida sigue su rumbo.
De tragos humanos
Llegando a Tribuga vi a los muchachos jugando con una pelota vieja.
Un camino que comienza a la orilla de la playa y que se va introduciendo en un pueblo
inventado por la necesidad de estar.
La cámara en el hombro y los muchachos corriendo con las caras felices. Los hombres sentados jugaban domino y en las puertas de unas casas habían señoras preparando pescado. No se trata de un lugar grande, más bien de uno muy pequeño que deja ver cicatrices dejadas por hombres armados que algún día estuvieron por este lugar. Me acerco ante las miradas fijas de los hombres, saludo con humildad y recibo un “buenas tardes cordiales”. Los niños seguían a mi lado y un hombre al que podía ver sosteniendo un muro comenzó a cantar.
Hacia un calor sofocante, el pueblo estaba inquieto por mi presencia y las palabras de un comando del ejército me retumbaban por la cabeza. "No te vayas a ir por allá sin avisarnos". No veo nada malo, solo veo un pueblo feliz que vive con muy poco, las señoras se quejan por lo cansones que se han puesto sus hijos. Quédate quieto Wilmer gritaba una de ellas.
Harold no se ha despegado de mi lado y volviendo de paseo a la playa se ha quedado mirándome, me pregunta que de donde vengo. Era un niño callado.
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